Esperando a la Prusiana

-Había quedado en una cita previa con la albina para charlar un poco en la cafetería, ya le había preguntado con anterioridad si quería degustar un poco de comida de la cafetería para que el tiempo que pasaran fuera más ameno y mucho más cómodo, ahora sólo esperaba la respuesta mientras caminaba junto a ella con la boca cerrada.-

No dudó en andar a la par que el contrario, con altanería típica y paso seguro. Y sin duda alguna, la invitación a comer se le hacía irresistible. Podría llegar a caerle bien el chico. Sabía tratar adecuadamente a su genial persona.

-¿Invitarás a comer a mi increíble persona? -preguntó, su sonrisa delatando lo encantada que estaba con aquello -. Supongo que podría permitirte el honor -comentó con ego mientras comenzaba a pensar en lo que podría comer. La verdad que tenía hambre. Por razones importantes (no despiste, claro que no), se le había pasado el desayuno esa mañana y no había logrado comer en todo el día por encontrar siempre algo que la mantenía ocupada. Sin embargo no tardó en dejar de lado los pensamientos sobre comida. Actualmente aquel sujeto no conocía su nombre. Y eso, cabe decir, no era asombroso por su parte.

-Mi genial persona se llama Julchen -se presentó, viendo innecesario dar y el apellido. Observó al moreno en espera de que también se presentase, su arrogante sonrisa siempre presente.

Claro, ¿por qué no? -Detuvo su paso para inclinar un poco su cabeza, afirmando con una leve sonrisa. Le parecía una chica muy segura de si misma por el tono y la forma en como hablaba.-

Cierto, Ich entschuldige mich; se me olvidó presentare. Un gusto Julchen. -Estira la mano para estrecharla.- Bueno, puedes tomar asiento y decirme que te gustaría comer.

Observó la cafetería sin mucho interés. Ya había estado ahí anteriormente, así que no tenía nada nuevo que ver. Tan sólo buscaba unos asientos libres. Pero al parecer, el moreno se encargó de eso, ofreciéndole asiento enseguida. Sin preámbulos hizo lo dicho, sentándose sin perder su arrogancia. Cruzó su pierna izquierda sobre la derecha, con un leve toque de elegancia y mucha altanería. Sonrió con ego, sin decirle al chico lo que quería comer. Y no porque aún no se hubiese decidido, claro que no. Sólo se hacía la interesante.

-Hm..., ¡quiero Albóndigas de Königsber y Apfelstrudel! -informó en un final cual reina, jugando con uno de sus largos mechones de pelo. El joven estaba siendo bastante complaciente y le gustaba.

-Se encogió de hombros al darse la vuelta cuando escuchó la petición, no porque se sintiera intimidado por el brío de ella, sino por la forma en como se tomaba la confianza de decirlo; aunque muy contradictorio al gustarle que fuera directa.-

De acuerdo, regreso en unos minutos. -Musitó-

-Al poco tiempo de haber esperado en la larga fila de compradores en el chalet, finalmente hizo su pedido. Por fin pudo respirar tranquilo, ordenó lo que la albina le pidió y él se conformó con comprarse unos apfelstrudel y una taza de café. En una bandeja llevaba toda la comida esperando a no derramar nada ni botar la comida al suelo. Al llegar a la mesa donde estaba la joven su rostro se notaba sudoroso por lo que colocó la bandeja sobre la mesa y así sacó un pañuelo para limpiar su sudor.-

Hace calor, ¿no? -Preguntó viendo la silla donde iba a sentarse. Guardó su pañuelo y sirvió la comida a la chica, lo hacía porque él era cortés y había invitado a Julchen- ¿Sabes? Para ser chica comes mucho.

Sonrió satisfecha al verlo irse y sin dejar de jugar con su pelo comenzó a mirar a su alrededor, buscando tal vez caras concidas mientras esperaba a por el chico volver. Reconoció a bastantes alumnos, pero claro, como ella era tan genial, era de esperarse. Pero antes de estudiar a toda la cafetería, Roderich volvió, dejando una bandeja con comida sobre la mesa. Sonrió de manera aprobatoría y se acomodó en el sitio, esperando a ser servida. Y justo cuando se disponía a llevarse una albóndiga a la boca, las palabras del moreno hicieron eco en su cabeza. Se sonrojó ligeramente, y miró al chico con el ceño fruncido.

-¿Qué insinuas? -preguntó, algo ofendida. ¿Quién se creía que era para insinuar algo así?, pensó, entiendo lo que le venía en gana de las palabras contrarias -. ¡Mi genial persona come de manera sana y adecuada! -informó, la indignación notable en su tono. Y con tal de desquitar su frustración, clavó de manera poco femenina el tenedor en una albóndga y se la llevó a la boca, comenzando a comer. Y eso que había pensado que aquel sujeto podría ser digno de recibir las órdenes de su genial persona.